Fernández, el autodidacta con veleidades de científico, suele leer mis artículos con espíritu demasiadamente critico (algunas veces sospecho que envidia la facundia que en ellos hago gala y la versatilidad alígera de mi pluma). No pierde ocasión de corregirme cuando logra encontrar terreno abonado (lo que, por otra parte, no resulta difícil).
Después de leer mi escrito sobre los monos aulladores en el que citaba de forma muy colateral a los bonobos (de los que confieso no tener más que referencias superficiales), se lanzó a mi chepa como águila perdicera sobre desprevenida avecilla:
- No me sorprende que trates a esa especie tan interesante, por cierto antepasados nuestros de la misma línea que chimpancés, orangutanes o gorilas –con permiso de los Testigos de Jehová-, con la frivolidad que te caracteriza. Sepas que, según noticias fidedignas de mi amigo John, que es un autentico experto en ellos, los bonobos (Pan panisus), con una población de unos 10.000 especímenes siempre en descenso, viven exclusivamente en la zona comprendida entre el rio Congo y el Kasai, uno de sus afluentes, en el parque natural de Salonga. Los pobres lo tienen muy crudo porque constituyen un bocado exquisito para las poblaciones de la zona, que los tienen al borde de la extinción.
Eran una especie prácticamente desconocida hasta 1928 en que fueron descubiertos por Harold Coolilidge, que en principio pensó que eran chimpancés poco desarrollados. En los años 80 fueron estudiados por Nancy Thompson-Handler en el Zaire: andan erguidos el 25% del tiempo que pasan en el suelo y comparten el 98 % del ADN con nuestra propia especie, de manera que somos más que primos hermanos suyos. Se caracterizan por haber logrado un sistema de integración social en el cual las relaciones sexuales juegan un papel preponderante, ya que las usan para todo: como saludo, como método de resolución de conflictos, de reconciliación tras los mismos y como forma de pago por la comida, tanto entre machos como entre hembras. Son los únicos primates (aparte de los humanos) que han sido observados realizando toda clase de actividades sexuales: sexo genital cara a cara, (hembra-hembra, hembra-macho, macho-macho), besos con lengua y sexo oral entre machos y entre hembras. Estas actividades tienen lugar tanto en la familia inmediata como entre los miembros periféricos del grupo, sin que se formen relaciones estables con parejas individuales. La única excepción, parece ser el de las madres con hijos ya adultos, por lo que algunos observadores han llegado a la conclusión de la existencia de ciertos tabúes entre ellos.
A pesar de la enorme frecuencia de la actividad sexual de forma indiscriminada, su tasa de reproducción no es mayor que la de los chimpancés comunes. Las madres cuidan de sus crías y las alimentan durante cinco años, lo que fija la cadencia del periodo de reproducción, pero recuperan la capacidad de relación sexual después del parto y practican el sexo sin finalidad reproductora (única especie que comparte esa característica con los humanos). Incluso cuando los animales son estériles o demasiado viejos para la tarea reproductiva, continúan practicando sexo con asiduidad, lo que parece redundar en su buen estado de salud.
Las hembras tienen un tamaño mucho más pequeño que los machos (claro dimorfismo sexual), pero un estatus mucho mayor. Los encuentros agresivos entre machos y hembras son raros y estos se muestran tolerantes con las crías de cualquier edad. El estatus que un macho tiene en la tribu es el heredado de su madre y su vínculo con ella se mantiene toda la vida. Existen jerarquías sociales, pero el rango de cada individuo no le concede a este un lugar preponderante en el grupo.
Es una de las especies más pacificas y no agresivas de mamíferos que viven en la tierra: han desarrollado vías para reducir la violencia que abarcan toda su sociedad y demuestran que la razón violenta de la evolución no es inevitable. Son el autentico ejemplo práctico del famoso dicho “hagamos el amor y no la guerra” que podría traducirse por “seamos bonobos”.
- Caramba, Fernández, no acabas nunca de sorprenderme. Eso sí que son buenas relaciones sociales, y no las que tenemos nosotros. Me dan envidia esos animalicos que no lo parecen. Imagínate lo bien que nos podría ir si convenciéramos a nuestros políticos (miembros y miembras) para que en vez de pasarse la vida en estériles peleas, se pusieran a hacer el bonobo, todos entre sí, sin mirarse el carnet siquiera.
- ¡Imposible es y me da alegría pensarlo!