A mi familia de allí.
En Macael se nota el viruji de forma notable. El airecillo de la sierra, fino como una cuchilla, aprieta las carnes, afila las narices y cura de forma inigualable los magníficos embutidos que allí se producen. Sin embargo es, en su arquitectura, un pueblo feo entre los feos. En eso no parece andaluz, pero es que Almería es la menos andaluza de las provincias del sur. Nada que ver con esos pueblecitos blancos de la baja Andalucía, con geranios de un rojo reventón plantados en botes de aceitunas que alegran la vista con su modesta y limpia decoración bordeada en tonos de azulete. Aquí, la abundancia de mármol, principal fuente de riqueza de la zona, inunda plazas, calles y casas. El efecto es demoledor porque la blancura de la piedra empleada en demasía, hace que el pueblo se convierta en un mausoleo frio y desangelado. Las aceras son de mármol, y las plazas de mármol, las balaustradas de mármol y los bancos de mármol. Uno mira con avidez a su alrededor buscando algo que no sea de mármol…y no lo encuentra.
En Macael se nota el viruji de forma notable. El airecillo de la sierra, fino como una cuchilla, aprieta las carnes, afila las narices y cura de forma inigualable los magníficos embutidos que allí se producen. Sin embargo es, en su arquitectura, un pueblo feo entre los feos. En eso no parece andaluz, pero es que Almería es la menos andaluza de las provincias del sur. Nada que ver con esos pueblecitos blancos de la baja Andalucía, con geranios de un rojo reventón plantados en botes de aceitunas que alegran la vista con su modesta y limpia decoración bordeada en tonos de azulete. Aquí, la abundancia de mármol, principal fuente de riqueza de la zona, inunda plazas, calles y casas. El efecto es demoledor porque la blancura de la piedra empleada en demasía, hace que el pueblo se convierta en un mausoleo frio y desangelado. Las aceras son de mármol, y las plazas de mármol, las balaustradas de mármol y los bancos de mármol. Uno mira con avidez a su alrededor buscando algo que no sea de mármol…y no lo encuentra.
Las casas se agarran, en forma desesperada, a la vertiente de la montaña y llegan hasta la cumbre, detenidas por las canteras que pueblan la vertiente opuesta. Las calles son un dédalo estrecho que serpentea, retorciéndose entre rampas y escaleras y hacen difícil la circulación para los coches y penosa para las personas. Por la parte inferior, el pueblo linda con el cauce de la rambla que tiene su origen en la “Fuente Maestra”, ahora seca. En los años ochenta, tuvo lugar la última gran avenida de las aguas que, desde las estibaciones de la Sierra de Filabres cayeron sobre el pueblo. El puente sobre la rambla hizo tapón hasta que el ímpetu de la crecida lo hizo saltar en un estallido de espumas y restos de todas clases que inundaron las casas bajas. Más arriba, justo donde siempre estuvo la fuente, el agua encontró una salida subterránea y se precipitó por ella, desapareciendo para siempre rumbo a un destino desconocido, quizás el mar.
Ahora, lo que antaño fuera riachuelo de diferente envergadura según la estación, se ha convertido en ocasional paseo de excursionistas, encajonado entre acúmulos de mármol verde de formas fantasmagóricas y paredes ciclópeas de masas inservibles, apiladas por las grandes máquinas para detener el avance irremisible y depredador de las escombreras.
Abandonados han quedado el molino y la fábrica del mármol que movían sus artes con la fuerza de las aguas. De aquello solo quedan un par de edificios ruinosos que alimentan los recuerdos de los paseantes cuando, de chiquillos, venían a recoger las naranjas menudas y dulces regadas con los escurrimbres de las represas. “Allá, ¿ves aquellos naranjos medio secos?, estaba el huerto”… “de aquel bujero del río se sacaba la arena fina y abrasiva para engrasar los artes”… os contarán los naturales del pueblo, compañeros de paseo.
Las gentes de Macael son acogedoras y cálidas -en eso sí es plenamente andaluz el pueblo- y a la menor ocasión os convidarán a probar esos excelentes embutidos que el frio de la sierra amojama confiriéndoles un sabor que no puede encontrarse en ningún otro sitio. El vinillo “del país”, áspero y un poco agrio, que muchos elaboran de sus propias viñas, le hacen excelente compañía. Las gruesas lonchas de tocino blanco como la nata y la morcilla de arroz o cebolla, oscura y densa, son inigualables; por no hablar del oloroso “blanquillo” y el chorizo ligeramente picante que, usado como postre, deja en la boca un sabor que puede durar varios días.
La cocina es sencilla como resulta habitual entre gentes de vida ruda que han sobrevivido arrancando a la áspera tierra serrana magras cosechas a base de silencioso y tenaz esfuerzo, aguantando nevazos de metro en invierno y secarrales insufribles en verano, hurgando en las entrañas del terruño para arrancar de su corazón las masas que la montaña no se deja arrebatar si no a regañadientes. Las migas de harina, cocinadas con aceite virgen de oliva y mucho brazo, son blancas y esponjosas, excelentes para acompañar boquerones rebozados y crujientes; y para el crudo invierno se preparan, en los meses de bonanza, las orzas de queso, lomo, o costillejas en adobo que basta calentar para convertirlas en un manjar exquisito.
Por estas y otras muchas cosas que ahora se me hace largo relatar, venir a Macael es siempre una fiesta. El problema –si alguno hubiera- es el disgusto que nos da la balanza cuando volvemos a casa.
“Come, niña, toma un bocado” es lo primero que me viene a la mente si de Macael o Laroya (donde nació mi madre) se habla. El comer en el suelo alrededor de una sartén sobre unas trébedes con multitud de fuentecillas en torno a ella y despedir a los niños en la “sobremesa” cuando el vino soltaba la lengua de los mayores son dos recuerdos imborrables para mí. Besos, Mariano.
ResponderEliminarDebemos ser vecinos porque el cortijo donde vamos está al otro lado de la montaña de Laroya Alli todavia disfrutamos de esos placeres: la comida alrededor del fuego y el vinillo para desengrasar.
EliminarEntrañable, perfecta y lírica descripción, no solo de Macael sino también de tus recuerdos. Por no citar esa gastronomía que hará estragos en la báscula pero delicias en el paladar.
ResponderEliminarUn placer leer la limpieza de tu prosa y admirar los pinceles de tu descripción.
Un abrazo, Mariano.
Me he puesto colorado. Esos elogios viniendo tan de lo alto...Gracias por pasarte, un abrazo
EliminarHola Mariano, qué gran reseña de este sitio, una manera muy generosa de mostrarnos a los que estamos lejos su esencia. Sin duda un terreno difícil de conquistar. Tu descripción gastronómica, deliciosa, que se me ha antojado.
ResponderEliminarTe dejo un abrazo.
Gracias, Sara. Seguiremos en contacto, smos variados y en eso está la posibilidad de enriquecerse. Me hace mucha ilusion que te pases por aqui de vez en cuando.Un abrazo.
EliminarBueno, Mariano, ¡que esto pase entre nosotros! Es la tercera vez que escribo el comentario y nada, los electrones deben estar enfadados conmigo. La primera vez me apareció, fantasmagóricamente, entre las dos Marisas, Luego pasó la pared. Veremos si ahora aparece porque cada vez escribo palabras distintas por no recordar las iniciales.
ResponderEliminarTe decía, Mariano, que muy orgulloso debe estar Macael. Tu canto a sus gentes, su trabajo y sus costumbres no ha sido jamás narrado con la finura, la ternura y la delicadeza con la que lo has escrito tú.
Tu narración aporta tantos recuerdos a quienes lo conoce, tantos buenos ratos al amor de la lumbre con un porrón y unas migas con tropezones, tanto frío en invierno, y en verano ¡eh!, que hay que echarse una sábana siempre para dormir, que al leer tu mágica prosa hemos tenido, todos a la vez, un rampazo, una descarga íntima de añoranza, que ha llegado hasta Macael.
¡Cuanta sabiduría hay en rus palabras! ¡Cuanto requiebro duro, rudo, amoroso!
Te felicito por tu saber hacer, tu pasión y amor a tu tercera tierra y por haber captado con tanta intensidad paisaje, vivencias y amistades.
El calor de tu narración funde el hielo, calienta las migas y arde cuando estrechas la mano de algún amigo del pueblo que hace tiempo que no veías.
Un fuerte abrazo, Mariano.
Ay, Antonio, te la tienen jurada los jodios mengues informaticos. Veo que conoces la zona mejor que yo. La realidad es que lo que me cautiva es la sierra, deshabitada y agreste donde como bien dices, hace frio en todo tiempo si no es en medio del secarral veraniego. A veces me dan ganas de quedarme alli unos cuantos anos de vida monastica. Menos mal que luego reacciono y la llamada del Pasaje se hace irresistible.
EliminarGracias por tus palabras, (me remito a mi anterior post), hijas mas del afecto que de la justicia. Un abrazo.
Eres lirico, jodio!
EliminarConocí Macael siendo muy joven. Estaba en Albox, en casa de una amiga, y nos acercamos un día con sus padres hasta allí. Era verano y no corría ese airecillo de sierra, pero las migas las tomé, amparadas en uvas y meón, y aún las recuerdo: ¡exquisitas!
ResponderEliminarTu descripción es entrañable, de paisaje, paisanaje y condumio, vívida por tanto. Y sí: mucho mármol por todas partes, su riqueza.
Un abrazo bien grandote y feliz año recién estrenado.
Aquella zona, querida Isabel, es cantera de multiples facetas. Ya ves, hasta politicos da! A lo del exceso de marmol se acostumbra uno con el tiempo. A los embutidos, tambien. Tendremos un año estupendo, sobre todo algunos que publican a trochemoche... In Challah!
EliminarMacael, querido Mariano, siempre lo asocio a una noticia que me dio un amigo que en su primer destino como médico forense de Vera tuvo que ir a un "levantamiento" a dicha ciudad: a un trabajador le había caído un bloque de mármol. El pobre hombre quedó reducido a una mancha.
ResponderEliminarDesde entonces cada vez que juego al dominó me acuerdo de la noticia.
Hablando de embutidos te diré que aquel amigo continuaba diciendo que ese mismo día compró, a su regreso al juzgado, un jamón de María. Decía, magnífico.
Oh! Paco, cuñado universal, imagino tus terribles sensaciones cuando juegas al dominó con ese pesado lastre a cuestas, más si lo haces, como sospecho, con esa panda de descerebrados que suelen pasturar por la plaza del obispo. Claro que, para tripas las de tu amigo el medico, que se quitó la impresión a lonchazos. Un abrazo
EliminarLo describes con tanto cariño, con unas imágenes tan atractivas, que siento no conocer ese sitio. Bien merece una visita.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Pilar. Si algún día tienes ocasión...
Eliminarf
ResponderEliminarPerdón, Aunque ha pasado algo de tiempo en los comentarios, me gustaría añadir que ya hay algo mas que visitar en Macael. El centro de interpretación del mármol. Ademas se organizan visitas, desde el mismo, a canteras y talleres de artesanía. Un saludo.
ResponderEliminarGracias, Angel, lo tendré en cuenta en mi proxíma visita. Un saludo.
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