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martes, 16 de junio de 2015

LOS DOS JAIMES

Dedicado a Blas Rubio, amante de la naturaleza y de las leyendas.
 Hoy es corriente que los niños tengan siete u ocho abuelos vivos y hasta algún bisabuelo, merced a los divorcios y posteriores ensamblajes que se han hecho habituales, pero todos recordareis los tiempos en que era raro encontrar un niño que hubiera conoció a los cuatro que entonces eran lo normal. Los estragos de la guerra, la precariedad de los medios de vida y otros factores hacían que las tres generaciones coexistieran durante poco tiempo. Yo solo conocí a un abuelo, de los de boina, esparteñas y caldo de gallina apagado en la comisura de los labios. Mi abuelo sabía mucho de la vida, más que cualquier otra persona que yo hubiera conocido, incluido mi padre. Sabía de la tierra y del cielo, de las plantas y las nubes, de cuándo había que sembrar y cuándo iba a llover. Y sabía también de historia. A veces me contaba de un personaje, mitad bandido de trabuco, mitad bienhechor de limosna llamado Jaime el Barbudo. Mi abuelo nunca acababa del todo las historias, sea porque no las conocía con exactitud, sea porque con ello aumentaba el misterio que me mantenía embobado sobre sus rodillas en las noches de invierno y chimenea.
Años más tarde, mi profesor de Historia en el Instituto se refirió a un personaje llamado Jaime del que uno de sus hagiógrafos, Bernat Desclot, decía ‘Este rey, Jaime de Aragón, fue el más bello de los hombres del mundo; puesto que era muy bien formado y cumplido en todos sus miembros. Tenía un gran rostro bermejo de hermosas barbas…’
Tate, me dije, ya sé quién era el barbudo del abuelo. Pero no, mis pesquisas infantiles me aclararon que se trataba de Jaime I llamado El Conquistador, que vivió entre 1208 y 1276, fue rey de Aragón, Conde de Barcelona y conquistó Mallorca y Valencia. Una de sus hijas, Violante, casó con Alfonso X, muy vinculado con Murcia, en cuya catedral quiso que reposaran para siempre sus entrañas y corazón.
Perseverando en mis infantiles investigaciones, di con el otro barbudo, el autentico, al que se refería el abuelo, el del trabuco, que no tenía nada que ver con el rey.
Jaime José Cayetano Alfonso, que mas tarde sería conocido como ‘El Barbudo’, nació en octubre de 1783, en Crevillente, hijo de Jaime Alfonso Juan y de María Antonia Juan Carrillo. Pasó la infancia pastoreando las ovejas de la familia y explorando la sierra adyacente. A los veinticinco años se fue de jornalero a Catral donde casó con Antonia Gracia, de la que tuvo dos hijos. Según parece, su camino de bandolero se inició a consecuencia de la reyerta con un valentón local, llamado ‘El zurdo’ al que desbarató de un arcabuzazo. Huido al monte y perseguido por la justicia, se internó en la sierra de Abanilla después de poner a buen recaudo en Valencia a su mujer y sus hijos. A partir de ahí, se teje la leyenda, como la de muchos de los bandidos de la época que se vieron enrolados, de mejor o peor grado, en las partidas que luchaban contra las tropas napoleónicas. Él mantuvo la fama de fiereza que le daban el aspecto más que desaliñado y las barbas hirsutas, de donde le vino el nombre. Dicen también que trabajó para una sociedad secreta llamada ‘El ángel exterminador’, dedicada a darles matarile a los liberales que pillaban.
Lo que parece cierto es que se mantuvo durante muchos años, perseguido con mayor o menor ahínco por la justicia, por tierras de Murcia y el Altiplano, recorriendo en sus fechorías las zonas de Abanilla, Jumilla y Alicante. Según parece, conocía a la perfección la Sierra de la Pila, donde tenía varios refugios.
Es tradición que uno de sus trabucos llegó a figurar en París, entre la colección de armas del barón Tylor, ayudante de campo del General D’Orsy con el que ‘El Barbudo’ había tenido ocasión de colaborar en la guerra contra los franceses.
Con la vuelta de Fernando VII, el más felón y desalmado de los reyes Borbones, volvió Jaime a Murcia, engañado con la promesa de un indulto, pero fue preso y ajusticiado el 15 de julio de 1824 en el patíbulo de la plaza de Santo Domingo. Sus cuartos, fritos para mejor conservación, se repartieron por toda la comarca como ejemplo y advertencia a maleantes.

Mucha distancia iba, pues, de un Jaime al otro, pero quizás, sin aquellas truculentas historias de sanguinarios barbudos que me contaba el abuelo, nunca se me hubiera ocurrido dedicarme a enseñar Historia en el mismo Instituto donde averigüe, en mi mocedad, quién era quién de los dos Jaimes.

4 comentarios:

  1. Me ha encartado leerlo. Gracias.
    Pilar

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  2. Me ha encartado leerlo. Gracias.
    Pilar

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  3. Para sabios los abuelos, para curiosos los nietos y para contar historias un escritor como tú... ha pasado un ratico muy entretenido.

    Abrazos.

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    Respuestas
    1. Gracias, Rafael, lo mismo te digo. tus versos en el funeral son estupendos. Gracias por pasarte por aquí y un abrazo transoceánico.

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