Merced a un contertulio distinguido del Club Thornton obra en mi poder un hermoso jaulón con dos parejas de Periquitos Reales. Para quienes no conozca esa especie ornitológica, les diré que son un poco más grandes que los periquitos corrientes, de plumaje más variopinto y bien diferenciado entre la pareja, con ventaja para el macho (como en casi todas las especies de aves). Me han dicho algunos entendidos que estos pájaros tienen notoria facilidad para hablar, pero a estos míos jamás les he oído decir ni media palabra. O son prudentes en extremo o mi conversación les resulta irrelevante.
Llevan en esta casa un par de años y nunca han dado la menor señal de actividad reproductiva, pero parece que por fin este han decidido hacerme participe de las delicias de la paternidad. Llegados los primeros días de primavera, la pareja “líder” (sabido es que todos los órdenes del mundo animal funcionan con arreglo a un riguroso esquema jerárquico), ha intensificado sus cucamonas habituales y el macho defiende con más empeño del habitual el nidal de madera que ha escogido y al que intenta por todos los medios que su compañera lo siga. La hembra, remolonea, se hace de rogar, pero al final lo acompaña dejando patente su desgana, como si ya estuviera grávida. El macho de la otra pareja, belicoso pero sabiéndose segundón sin remedio, incordia para cubrir el expediente, como haciendo un paripé más destinado a impresionar a su hembra que a disputarle realmente el territorio al líder.
La primera pareja, delimitado ya perfectamente el espacio del jaulón que el macho ha reputado por suyo, se dedica a los arrumacos con sones estridentes y vuelos entrecortados que ignoran al resto del mundo. El perico, planea sobre la tacilla con magdalena remojada que les ofrezco como golosina y le lleva a su enamorada pequeñas migajas aprovechando para besuquearla repetidamente. Ella se deja complacida, arqueando el cuello para dar facilidades. En el curso de los agasajos, la hembra lo sigue hasta el nidal y tras variadas carantoñas y empujones de su pareja, decide por fin, sin abandonar del todo mohines y retrocesos, dejarse caer por el agujero que lo corona. Permanece dentro unos segundos, inspeccionando, y vuelve a salir para continuar el juego, que parece divertirle, como si disfrutara de estos días de protagonismo y atención.
La otra pareja consciente de su papel de segundones, aguardan discretamente en el rincón opuesto a que los enamorados completen su ciclo. Sospecho que esperan a que la “primera dama” comience a empollar para hacerse, por fin, con el lugar de los protagonistas.
Los nervios me corroen, como a primerizo, y mientras me paso las horas muertas observándolos, se me ocurre que no estamos tan lejos del momento en que nosotros también fuimos pájaros.
No te preocupes Mariano tus periquitos a pesar de gozar por sangre, como debe ser, de la realeza, de momento parece que se llevan bien…. y habrá descendencia. Seguro. Ella, por las observaciones que haces en tu entrada, parce bastante “pájara” además de periquita real ¡¡La vida misma!!....hay un “fondo insobornable” que iguala a todas las especies, aunque los ritos previos introduzcan pequeñas diferencias. ! Pero que guapos son!...! Los ojitos entornados, dándose el pico ¡ ¡que cariñosos!..... si no fuera porque tiene hermosa plumas de colores, pensaría que estoy paseando por la Glorieta en la hora del recreo del Instituto.
ResponderEliminarUn abrazo
"Que por mayo era por mayo / cuando hace la calor /...cuando los enamorados / van a servir al amor". ¿Recuerdas, Mariano? Pues eso, los periquitos a lo suyo. ¿Nosotros? Espero vernos pronto. Un abrazo.
ResponderEliminarMariano los Borbones tambaleándose y tú con periquitos reales. Manda huevos.
ResponderEliminarYa sabes que la primavera está muy prestigiada para estos asuntos, dile, pues, a la perica que se deje de pamplinas y se dé por taladrada.
Un abrazo, maestro.
P.S. Me gusta la dedicatoria: "A Eduardo Cos, el dadivoso". Has elegido bien el adjetivo. Doy fe.
Se me olvidó decirte que es una gozada leerte.
ResponderEliminarComparto tu nerviosismo, a mi tocó algo parecido pero con agapornis. Finalmente la Madre Naturaleza hace su labor y todo sale generalmente bien.
ResponderEliminarUn abrazo amigo.
¡Qué delicioso relato de amor y sensualidad!
ResponderEliminarMariano, no sé si desempeñas el papel de madame con esa magdalena humedecida o el de voyeur vislumbrando arrumacos irreverentes. Lo cierto es que se te nota un nerviosismos de primerizo, como tú mismo expresas, algo que tendremos que hablar seriamente para que nos des una pequeña lección sobre el tema.
Yo tengo ya una puesta de cinco huevos. ¡Son unos adelantados voluptuosos!
Un encanto de relato, Mariano.
Un fuerte abrazo.
Ayer se me olvidó comentarte y decirte que me encanta cuando te pones tierno. Te veo mirando a los periquitos entusiasmado, casi hipnotizado por ellos. Lo cierto es que lo narras de una manera que engancha, aunque he de decirte que me dan grima esos segundones; a ver si hacen una revolución y toman el papel estelar.
ResponderEliminarAbrazos.