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jueves, 24 de marzo de 2011

EL CHOCOLATE DE LORRY o medidas ante la crisis.



Don Ignacio dejó las bolsas de la compra en el descansillo tomándose un momento de respiro mientras seguía dando vueltas a la idea que le atormentaba desde que supo la noticia. Miró, sin verla, la mancha de humedad que parecía haber nacido con el edificio, en la que otras veces detenía la vista jugando a encontrarle semejanzas con un caballo, una vaca o un ciervo, según el día. Acostumbraba a fantasear mirando aquel dibujo de formas caprichosas, mientras recuperaba la respiración en el rellano del segundo antes de emprender la conquista de los dos pisos que le quedaban, imaginando que era un hombre de Neandertal y que había pintado aquella silueta para propiciar una buena caza.
Pero hoy apenas se había fijado en el dibujo; la noticia seguía ocupando toda su atención. No había asimilado del todo el tijeretazo a su magro sueldo y se enfrentaba, además, con la difícil tarea de comunicar la noticia a su familia y proponer los necesarios recortes. Siempre había procurado evitarles sinsabores, apartarlos en lo posible de los problemas de abastecimiento que todos sufrían en aquellos años de posguerra. Bastante tenían con hacer frente a las obligaciones cotidianas: ella mantener la casa en condiciones (que la tenía como una tacita de plata) y empinar la olla con escasos recursos cada día; los chicos cumplir sus deberes escolares, lo que hacían con toda puntualidad; la abuela echando una mano aquí y allá, esmerándose en los primorosos zurcidos que alargaban infinitamente la ropa de todos; el loro, familiarmente “Lorry”, aplicándose a decir “Igggggggnacio” cada vez que oía los pasos del jefe de familia a lo largo del lóbrego pasillo y esperando con ansia el domingo, cuando a la vuelta de misa de doce, le obsequiaban con su media jícara de chocolate.
Volvió a tomar las bolsas y terminó de subir la escalera con paso cansino. Esperó a la sobremesa y con ademan compungido pero resuelto, lanzó la noticia de un tirón:
“Son tiempos difíciles, estamos en crisis, el Ministerio ha decidido congelar los salarios y eliminar los pluses, mi salario se ha reducido casi en un diez por ciento. Hay que hacer economías, es preciso reducir gastos”.
El mensaje cayó como una bomba en un campo ya bombardeado, todos se replegaron dispuestos a defender sus pequeñas parcelas.
La señora no se permitía más lujos que su visita quincenal a la peluquería y un par de zapatos al año, eso no se podía tocar. El padre no iba a sacrificar su faria de los domingos ni los pocos céntimos del periódico mientras le lustraban los zapatos. Busquemos por otro lado. Los chicos utilizaban libros de segunda mano, procuraban estudiar de día para no gastar luz y agotaban los lápices hasta lo inverosímil. La abuela no podía renunciar de ninguna manera al suizo después de misa.
Quedaba el loro. Sin duda podría prescindir de su media jícara de chocolate dominical sin mayores problemas. Tanto más cuanto la medida sería puramente coyuntural; cuando vinieran mejores tiempos, que vendrían, las aguas volverían a su cauce y el loro tendría de nuevo su chocolate. Asunto resuelto.
Don Ignacio dejó caer una mirada complacida sobre los miembros de  la familia reunidos como una piña en torno a la mesa, orgulloso de haber encontrado con rapidez la solución a tan espinoso asunto. Verdaderamente, constituían un grupo solidario.
El loro, en su percha, miraba la reunión con desconcierto y algo debía sospechar, porque guardó un prudente silencio.
Don Ignacio respiró aliviado. La crisis estaba vencida.

7 comentarios:

  1. Estupendo el retrato, con ese humor que transpira en cada línea; pero, ¡ojo!, también con esa ironía negra que seduce.
    Lo he disfrutado, Mariano, aunque toque la crisis y, por tanto, nos toque a todos. Brrrr con la crisis puñetera. Eso sí, con humor se lleva algo más livianamente.
    Un abrazo.

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  2. Gracias, Isabel, que te guste a ti es mucho para el humilde pajaro.No se te habra escapado que es una antigua conseja escuchada a nuestros abuelos, pero no he resistido la tentacion de sacar al loro a pasear de nuevo porque ya nadie recuerda esas cosas, como les pasó a los habitantes de Macondo cuando fueron invadidos por la enfermedad del sueño. Un abrazo

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  3. Al final lo de siempre.... han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses. Y yo me quedo sin
    chocolate.
    El loro

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  4. Una vez más, unos cuantos años después, nos vemos involucrados en una crisis que nosotros no hemos propiciado... Si la han creado los ricos, por qué no la pagan ellos??

    Yo no estoy dispuesta a quedarme sin mi jícara de chocolate.

    Un placer leer estas líneas con tanto trasfondo.

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    Respuestas
    1. Aunque tarde: Gracias KrmN, peleemos hasta el final por nuestra jícara de chocolate.

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  5. ¡Por fin le saco el sentido a tan manida expresión! Gracias Mariano, por sacarme de mi ignorancia.

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