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martes, 26 de marzo de 2013

VELOCISTAS Y CORREDORES DE FONDO



Dice Fernández que estuvo el otro día oyendo recitar a escritores y poetas en el Museo Gaya durante el homenaje a Francisco Sánchez Bautista.
—No acabo de entender bien en qué se diferencian los escritores de poesía de los de prosa. Para mí son todos escritores y los admiro por igual, porque soy incapaz de hacer una o con un cañuto. Hablar, lo que haga falta, pero ponerlo por escrito, es otra cosa. No se escribe igual que se habla, ni mucho menos. Un magnífico orador, puede resultar una castaña de mucho cuidado escribiendo, y a la inversa.
—Pues no sabría decirte, querido amigo. Entiendo poco de escritores y menos de poetas, pero a lo que puedo vislumbrar desde mi modesta atalaya de lector, yo diría que el poeta es como el corredor de velocidad, y el escritor de prosa se asemeja más a un corredor de fondo. Me imagino que, sin una inspiración instantánea y furibunda, el poeta difícilmente alumbraría un verso que, por su naturaleza tiende a ser un mensaje condensado, aunque poetas haya que escriban largos memorándum o libros en verso (me viene ahora a las mientes "El viaje del Parnaso", de cuyo autor manchego hemos hablado tantas veces). Otra cosa es que el poeta, igual que hace el buen escritor de novela, repase y vuelva a repasar, corrija y pula su obra una y otra vez. Ya conoces el dicho atribuido a Oscar Wilde: "Ayer corregí un texto y eliminé una coma. Hoy volví a ponerla". Un poema, dicen otros, nunca se acaba, solo se abandona.
—Sin embargo, a lo que columbro, el escritor de prosa -pongamos novelista- requiere para su menester, además de la imaginación imprescindible, un detallado programa con el que ir desarrollando la complejidad de la obra. Creo que escribir una novela es trabajo arduo que requiere mucho más que la sola inspiración (por otra parte imprescindible). Es preciso adquirir -y desarrollar- lo que se llama oficio, un andamiaje complicado sin el cual no es posible construir el edificio de la novela.
—Hay una especie de aliviadero, que es el cuento.
—Hombre, tanto como aliviadero, no, que el cuento es género también de mucho mérito.
—El cual no le quito en absoluto, lo digo por la brevedad.
—En eso te doy la razón, admitiendo que dentro del cuento existan piezas maestras que nada tienen que envidiar a muchos novelones, que entre estos también los hay del tipo ladrillo. Y en lo del cuento como obra maestra, no cito al argentino por estar en la mente de todos.

martes, 19 de marzo de 2013

DIOSES Y ESTATUAS


Ha vuelto Fernández de un viaje a Egipto patrocinado por alguna de esas organizaciones que se dedican a difundir la cultura entre las poblaciones llamadas de forma eufemística “tercera edad” o “mayores”, como si nos diera vergüenza reconocer que hemos llegado a lo que toda la vida ha sido la vejez, la digna, merecida e inevitable vejez. Es una recomendable práctica no confundir el culo con las temporas.
Venía el hombre impresionado por la cantidad de monumentos que todavía se tienen en pie, a pesar de la desidia de los egipcios, debida más a la falta de recursos y a desdichados regímenes políticos que a su voluntad. Le había asombrado la rica vida cultural que debió florecer a lo largo de los más de 3.000 años que duró la historia del país desde que se fundaron los primeros nomos hasta que Alejandro Magno lo invadiera en 332 aC. Ptolomeo Soter, uno de los generales que se repartieron el imperio a su muerte, se hizo reconocer como faraón en 305 aC., imponiendo el panteón griego que sincretizaría con los dioses egipcios como más tarde lo harían los romanos con ambos. Se da el curioso fenómeno de que una gran cantidad de momias que se conservan en el museo del Cairo son de época romana, como muestran las pinturas que las adornan. Los rostros de los difuntos aparecen en la parte externa del envoltorio a modo de prístinos DNI.
Lo que más había impresionado al Fernández filósofo rural, era la importancia que la religión había tenido para aquellas gentes. Incluso las estatuas de los faraones más importantes como Ramsés II, Seti I, Amenofis III,o las pirámides de Sakkarah o de Guiza, estaban construidas en función de una idea religiosa. Lo que se pretende es desvelar el misterio del más allá, cuestión que ha preocupado al hombre desde que adquirió conciencia de sí mismo en las tupidas selvas de Tanzania.
Las castas sacerdotales monopolizaron pronto el culto a las divinidades de cada momento y el faraón, que las encarnaba en la tierra antes de transmutarse en dios, acababa convirtiéndose en una correa de transmisión que le contaba al pueblo lo que convenía a los sacerdotes. En Kom-Ombo había visto, además del dios-cocodrilo Sobek artísticamente momificado, el nilometro, un pozo construido al lado del río con el que los sacerdotes podían predecir la fecha exacta de la crecida anual. Cuando las aguas comenzaban a subir, “ordenaban” al rio que creciera y las gentes, asombradas del poder de los sacerdotes, creían a pies juntillas que actuaban en estrecho contacto con los dioses.
Pero lo que más le ha impresionado, según contaba, era el conjunto de Karnak, construido por el famoso arquitecto Senenmut, en época de Tutmosis I (1530-1520 aC.) y el templo a cuyo interior solo podían acceder los sacerdotes y el faraón. En lo más recóndito del interior se encuentra el tabernáculo del dios. En la ceremonia del “despertar”, se abrían las puertas del recinto, se accedía a la estatua sagrada a la que se lavaba y perfumaba con esencias aromáticas, se envolvía en vendas de lino y se le repintaban los ojos y la boca. Los sacerdotes interpretaban sus deseos y estos le eran trasmitidos al faraón para que tomara sus decisiones de gobierno de acuerdo a la voluntad del dios.
Concluía Fernández que los sacerdotes eran los que menos razones tenían para creer en los dioses, unas criaturas inanimadas construidas a su imagen y semejanza. Aquellas, que fueron verdades incontrovertibles para millones de personas durante miles de años (bastantes más de los que llevamos desde el principio de nuestra Era) se revelaron, cuando llegaron pueblos más potentes con dioses más recios, creencias absolutamente falsas. Menos mal que nosotros tuvimos la suerte de descubrir otras que sí eran ciertas, claro que cada una con sus dioses, diferentes y enemigos entre sí. Todos verdaderos y omnipotentes, sin la menor duda.

martes, 12 de marzo de 2013

UN DÍA EN LA BASTIDA


 Tuve la suerte, hace unos días, de visitar La Bastida de Totana, un yacimiento arqueológico de enorme importancia. Pertenece a la llamada Cultura del Argar que abarca la zona geográfica del sudeste (provincias de Alicante, Albacete, Murcia, Jaén, y Granada) y un espacio temporal entre 2200 y 1100 aC.)
La iniciativa que reunió a más de un centenar de personas de Santomera, fue promovida por el IES Julián Andujar y el Club Quijar de la Vieja y coordinado por el profesor Blas Rubio, a quien desde aquí manifiesto el agradecimiento de todos los que nos regalamos con un baño de cultura. Dirigieron la visita y las charlas y excursiones anteriores a ella, los doctores Vicente Llull, Rafael Mico y Lourdes Andugar, de la Universidad Autónoma de Barcelona, implicados ahora en los estudios y excavaciones que se iniciaron hace ya 150 años.
Resulta impresionante el conjunto defensivo del yacimiento. De los restos aparecidos, los arqueólogos que de eso entienden, son capaces de extractar consecuencias que para el ojo poco avezado pasarían desapercibidas.
Una de las cosas más interesantes (por cuanto supone el conocimiento de las formas de vida y la organización social de unos antepasados poco lejanos en la relatividad del tiempo) es la estructura social del grupo y su relación con el resto de comunidades que habitaban la zona.
Eran sociedades temerosas del ataque de otras, como demuestran los enormes bastiones levantados en una época en la que solo se podía contar con esfuerzo humano: doble línea de murallas, torres defensivas colocadas al borde de un barranco, poternas desde las cuales se podían realizar ataques de flanco, una enorme cisterna capaz de almacenar medio millón de litros de agua, etc.
Deducen también los expertos que existía una gran diferencia de clases. Solo los que ocupaban la cima de la pirámide social tenían derecho a enterramiento, como atestigua el escaso número de tumbas halladas en proporción a la población que los datos arqueológicos permiten suponer. El resto de los difuntos seria abandonado a los carroñeros, quien sabe si arrojados al río o enterrados en tumbas anónimas imposibles de localizar hoy. Era una sociedad con muchos esclavos o siervos y pocos ricos y/o poderosos que los dirigían. Estos últimos trabajaban poco o nada. Sus restos muestran un estado de salud envidiable y una alimentación equilibrada. El resto, se apañaban como podían y, probablemente morían a una edad mucho más temprana.
Las armas de bronce (alabardas y puñales primero, espadas al final de la época) estaban en manos de los poderosos que las utilizaban para la defensa de los ataques exteriores y para el control de los posibles descontentos interiores.
La ciudad, que llegó a contar con más de un millar de habitantes, fue abandonada, hacia el año 1100 aC. Puede que por haber esquilmado los recursos del entorno, por exceso demográfico, por ataques exteriores, o por una mezcla en proporciones variables de todas esas circunstancias.
*
Al regreso de la visita, en el silencio del coche que nos traía de vuelta, alguno no pudo evitar preguntarse ¿Hemos sido capaces de cambiar algo realmente importante desde entonces?

martes, 5 de marzo de 2013

COMIENZA EL DIA


A todas las madres que en el mundo han sido. 

La madre salta de la cama con las primeras luces. Aterida de frío, con los huesos aún entumecidos, se llega hasta la cocina y enciende el fuego con las cuatro astillas que dejó preparadas anoche. El calorcillo de la débil llama reconforta sus dedos empedrados de sabañones. Coloca una olla al fuego, que ya crepita. Cuando el agua esté caliente le echará un puñado de achicoria y unas cucharadas de miel. Ese líquido caliente reconfortará las tripas del marido y los hijos que ya empiezan a rebullir en las oscuras habitaciones.
En una pequeña alhacena reposan, cubiertos por una retalera blanca, los redondos panes que amasó el sábado. Saca uno, corta largas rebanadas de un dedo de espesor y las va colocando en el cestillo que ocupa el centro de la mesa. Luego descuelga una ristra de blancos que penden de una caña atada a las vigas. Ya están un poco resecos –este año aún no se ha hecho la matanza- pero son buen companaje para el pan sabroso y denso.
El padre atraviesa presuroso la cocina, que da a la cuadra, y le echa el primer pienso a las dos mulas que lo aguardan inquietas. Los hijos comienzan a aparecer con las caras aún húmedas de los manotazos de agua que se echaron en la zafa común.
Toman asiento en silencio y comienzan a comer con apetito. La madre vuelca el líquido negruzco y oloroso de la olla en los tazones. La chica desmigaja una rebanada de pan y va echando barquitos. Luego hunde la cuchara en las sopas y se las lleva a la boca soplándolas con precaución. El chico deja el tazón para el final. Coge un blanco, lo coloca sobre el pan y va cortando trozos con su navaja de cachas resobadas. Mastica lentamente, saboreando cada bocado. La madre, sin llegar a sentarse, mascujea un trozo de pan que ha calentado en la lumbre antes de echarle un hilo de aceite y un espolvoreo de pimentón.
Acaban el desayuno en silencio. El padre se acerca después de aparejar las mulas que devoran su pienso con aplicación. Se bebe el tazón de un trago y añade su rebanada de pan y un blanco al recado que la madre les ha preparado, en un cestillo de esparto, para la media mañana. Tiene prisa, en este tiempo los días son cortos.
Padre e hijo salen hacia el campo. La madre y la muchacha recogen la mesa.
La chica sale enseguida, con el barreño de la ropa apoyado en la cadera, camino de la acequia. La madre se dispone a empinar la olla con unas patatas y el medio pollo que cuelga, al fresco, en un clavo del porche. Los hombres llegarán al medio día con un hambre de lobo. Si el chico se queda con gana le freirá un par de huevos y que sope todo el pan que quiera.
Nota que hoy le duelen los riñones más que otros días. No puede ser la regla, que se le retiró el año pasado. A lo mejor es este tiempo húmedo que se ha metido ya en el mes de octubre. Cada año nota más los cambios de temporada. O será que se está haciendo vieja. No quiere ni pensarlo. El marido y los hijos la necesitan todavía.
Sale al patio y suelta las gallinas. Antes, las coge una a una y les tantea el culo. A las que tienen huevo les echa un puñado de grano. Las demás, que se busquen la vida por los alrededores. Ella las vigilará de tanto en tanto, por si sale la zorra.
El sol va calentando. Comienza un nuevo día, como ayer, como mañana. 

martes, 26 de febrero de 2013

ADIÓS, ESTADO DE DERECHO


A SS., con mi respeto y afecto.

Creímos que habíamos tocado fondo, después de ver como se desmantelan los pilares básicos de la sociedad del bienestar que habíamos imaginado – ¡ilusos!- consolidados para siempre. Sin una sanidad universal, sin una enseñanza publica, sin la posibilidad de empleo y sin una investigación razonable que nos permita competir con los demás países, estamos condenados a la ruina. Nos acercamos, peligrosamente, a cualquiera de los países del sur donde no existe más derecho que el del pataleo o encomendarse a la divinidad que promete emparejar al personal en el más allá con recompensa de huríes y arroyos de leche y miel. Como decía mi abuela, muerto el burro, la cebada al rabo (mi abuela decía cebá).
Y a pique estamos de ese punto cuando se avecina, a lomos del Sr. Gallardon, el último jinete de este Apocalipsis tremebundo: el desmantelamiento de la Justicia. Pretende –y es muy posible que lo logre si la revolución social no se lo impide-eliminar de un  plumazo a los jueces sustitutos. Eso supone quitar de en medio al 25% de los jueces en activo para volcar su trabajo sobre el resto, que ya se ven y se desean para hacer honestamente un difícil trabajo en el que la inmensa mayoría se deja la piel y las ilusiones. La barbaridad supone, además, que unas tasas abusivas serán impuestas a todo el que pretenda tener la oportunidad de defender sus derechos. Ahí es nada, adiós al estado de derecho, adiós a la Constitución y a los principios universales de igualdad del ciudadano ante la ley. Volveremos al código de Hammurabi, aplicándonos la justicia a golpe de garrota.
Y todo eso en nombre de unos recortes que solo aplican a los más débiles, mientas el presidente del Gobierno, para dar ejemplo, se sube el sueldo y la corrupción generalizada empantana de una forma vergonzosa hasta las más altas instancias del estado, empalmes incluidos. Gotea desde las alturas como una melaza fétida, corrompiéndolo todo. Vamos camino de ser gobernados, en última instancia, por los poderes económicos que, en nombre de los mercados, se han convertido en el becerro de oro de nuestros días.
Muchos políticos –que se han profesionalizado para vivir del momio en otra pirueta propia de la perversión del sistema- no hacen sino lo que esos poderes económicos les sugieren, metiendo la mano en el cajón en cuanto tienen oportunidad. Así se desquitan de un largo camino de peloteos y abyecciones.
Los infelices contribuyentes, clamamos como aquel del desierto para que sean buenos y nos propongan un camino de regeneración. Como si fuera factible que el controlador se controle a sí mismo. Vana esperanza, si no tomamos la sartén por el mango y los mandamos a sus casas –después de vaciarles los bolsillos de los billetes que se apropiaron indebidamente. Escojamos a los políticos entre las filas de los ciudadanos honrados, como recomendaba el maestro de Estagira. Y, por si acaso, sometámoslos a una estrecha vigilancia, exigiéndoles un riguroso código ético que suponga, como a la mujer del Cesar, además de ser honrados, parecerlo.
¿Podremos?

martes, 19 de febrero de 2013

SEÑOR PRESIDENTE (y XIII). Despedida y cierre.




Como anuncio en el encabezado, Sr. Presidente, con esta de número infausto, doy fin a las misivas que, durante estos últimos meses le he dirigido. Estoy seguro de que alguna de  las muchas observaciones que me he permitido apuntar en ellas no habrán caído en saco roto, pues le considero con algo más de memoria que a Sancho. El cual, al final de la retahíla de consejos que su señor le dio para la buena gobernanza de su ínsula, le respondía: bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿de que me han de servir, si de ninguna me acuerdo?

Es desesperante, Sr. Presidente, levantarse cada día con un nuevo anuncio de corruptelas bankiarias, de Barcenas, sus chanchullos y sus fugas de capitales; de alcaldes de Pozuelo y su, ora esposa, ora ex, cargada de payasos y confeti; de los memos de sus ministros diciendo insulseces allá donde los pillen con un micrófono, por no hablar de la Sra. ex-presidenta y su baile de la Yenka…

Los Florianos, Cospedales, Gonzalez Pons, y otros sacrificados pelotas de segundo y tercer nivel, que de lo que cantan yantan, se ven abocados a hacer tristes papelones diciendo hoy una cosa y mañana su contraria según sople el viento acomodaticio. Y se tragan los nuevos sapos con el desenfado de quien tiene tal repugnante hábito por norma.

El colmo es que Ud. se remita a su deber como forma de gobierno cuando ha vulnerado con desenfado manifiesto el programa electoral para el que lo elegimos. Y una cuestión, no menor: que se suba el sueldo mientras nos lo baja a los demás. Recuerde que sin estética no hay ética. Nos ha tomado el pelo, Sr. Rajoy, por lo menos a este servidor.

Y si, por lo menos hubiera Ud. tenido la decencia de darnos las explicaciones que nos debe -como aquel menudo alcalde del pueblo andaluz-, aun estaría dispuesto a concederle cierto crédito. Pero guarda Ud. un cobarde silencio que espero mis ciudadanos sepan anotar en su debe.

No cuente con mi crédito en adelante, Sr. presidente.

Y créame –se lo digo sin acritud- me avergüenza que Ud. presida el gobierno de mi nación y que todo lo que se les ocurre, a Ud. y a sus acólitos cuando se les afea el desastre al que nos están conduciendo, sea remitirse a los que otrora lo hicieron peor que ustedes. Ese afán corporativo de tapar a los –pocos, estoy seguro- corruptos que en sus filas han florecido (repugnantes flores del mal, como las de Baudelaire), avergüenza a todos los ciudadanos de este país y les deja a Uds., como personas y como Partido, a la altura del betún. (Diría el castizo, con el culo al aire, pero quiero guardar las formas).

No soy yo quien para decirle si debe o no irse antes de que suene la campana, otros hay que se lo propondrán con mejor fundadas razones. Solo quiero manifestarle, como ciudadano de a pie, que le retiro, desde este momento, el respeto que, de oficio, concedo inicialmente al Presidente del Gobierno elegido en las urnas, sea o no de mi cuerda y mi voto.

No cuente conmigo en adelante, Sr. Presidente.


martes, 12 de febrero de 2013

LOS MASS MEDIA (II)

 No se quedó a gusto Fernández con nuestra última conversación y tomó de nuevo el tema de los medios de comunicación masivos (la televisión, concretamente), después de un desayuno suficiente en el “Mesón de José Luis” a base de bocatas de caballa con tomate, olivas cornicabras y tallos, sus cañas correspondientes y apoteosis final con carajillo de anís seco. El mesón es lugar que, quizás por su vecindad a la iglesia, resulta propicio para la reflexión y el dialogo civilizado
—Lo de anoche fue de antonomasia: un tipo que se confesaba drogadicto desde hace años, aunque su aspecto deportivo lo desmintiera, amenazaba con suicidarse en directo desde el hotel de no sé qué país asiático, en el que se había refugiado huyendo del fisco español que lo amenazaba de cárcel por impago. Mientras, su gemelo, igual de calvo y desenvuelto, aireaba en otro programa, su reciente ascenso a la condición de cornudo con pelos y señales; lo del Gran Hermano, por el que pasé de puntillas, sigue de caldo gordo, con la que fue una buena presentadora haciendo ahora un triste papel, entre peloteras, gritos y revolcones calenturientos con abundante exhibición de nalga joven… No me digáis que la cosa no tiene bemoles, “¿mentiendes?” Estamos llegando a unos extremos que me hacen dudar de que podamos caer más bajo.
—Pero Fernández, ¿de qué te sorprendes a estas alturas? Estando de acuerdo con la mayor, te pregunto: ¿hay alguien que te obligue a ver esos programas? Porque yo no los veo de forma habitual, aunque confieso que, haciendo zapping, los atravieso de forma fugaz y a veces. Casi sin darme cuenta, me recreo en la carnaza, que todos somos humanos, de forma que no me escandalizan demasiado. Es un producto como otro (de acuerdo que un poco repugnante) que se ofrece en un mercado libre. El que quiere lo toma y el que no, lo deja. Por fortuna, la oferta televisiva es suficientemente amplia como para que la libertad de elección sea posible. No como aquellos tiempos que tú conociste bien en que había una sola cadena en blanco y negro, tétrica como el régimen que la sustentaba. Por otra parte, esto del morbo viene de muy lejos, de tiempos pretéritos. Recuerda los romances de ciego que nos han llegado desde la Edad Media en los que se relataban crímenes sangrientos y envenenamientos familiares. Y no hablemos del más reciente caso del periódico así llamado que pobló nuestra juventud de asesinatos y tétricos misterios sin resolver. Aquellas truculencias nos quitaban el sueño cuando, de niños, habíamos tenido la ocasión de ojear el libelo a hurtadillas. A la gente siempre le ha gustado lo truculento, el morbo y la desdicha o las historias de alcoba. Y si es todo mezclado, mejor. Lo que pasa es que ahora los medios y la técnica permiten tal lujo de detalles que penetran en la sensibilidad por todos los poros.
—Desde luego. No te niego que, generalmente, huyo despavorido de esas cadenas para refugiarme en las de informativos o de programas críticos, que algunos hay aunque pocos y aún no me explico de que viven. El peligro es que, queriendo salir de la sartén, caes en tertulias en las que participan gentes que al principio te causan buena impresión. Se expresan con corrección y hacen alarde de conocimientos que, comparados con los asilvestrados personajes a que antes nos referíamos están a tanta distancia como Don Quijote de Sancho. Más, de pronto, empiezan a desbarrar y se les ve la orejilla partidaria defendiendo, más que al sentido común y a la lógica dialéctica, a las posturas (a menudo cerriles) de tal o cual partido (el que mantiene la cadena, por supuesto). Y con frecuencia se dan también en estas las descalificaciones, los gritos y los insultos que les afeamos a las otras.
—Pues tal como lo pones, Fernández, estamos apañados.
—Aún hay esperanza, siempre nos quedaran los documentales o instalar una parabólica y seguir Al-Yazira.
—Mejor aún, apagar la tele y dedicarnos a la reconfortante y silenciosa lectura.
—Mejor.




martes, 5 de febrero de 2013

LOS MASS MEDIA (I)




A mi amigo “Juan El Perifollo” objetor resignado, como yo, de RTVE.

Llegó Fernández a nuestra plácida tertulia vespertina echando fuego por las muelas.
—Es indignante lo que acabo de presenciar: me había quedado endormiscao con un reportaje de la segunda sobre el paso de los Ñus del Gorongoro en el río Masai Mara (el mismo, por cierto, que ponen cada dos o tres semanas), cuando desperté sobresaltado por los gritos; mi señora, que se había adueñado del mando, seguía con expresión arrobada un programa en el que una muchacha, cuyo único merito para situarse en semejante ágora era el de haber estado casada con un torero de renombre, pontificaba sobre cuestiones de variada índole con una rotundidad que corroboraba su estulticia, entre ademanes de una vulgaridad ostentosa. Los así llamados “contertulios” buceaban con preguntas inconvenientes y sonrojantes, sobre su vida y la de una hija habida de su relación con  el mencionado “diestro” a la que el Defensor del Menor había salido a proteger con el pertinente escrito. El tribunal interrogador, que eso parecían los personajillos autodenominados periodistas situados en semicírculo confortable en torno del central, lanzaban sus preguntas, que les debían parecer cargadas de ingeniosa profesionalidad sobre el irrelevante tema, con el mismo énfasis que habría requerido un asunto de interés nacional. La asediaban con preguntas de carácter íntimo, entrando en detalles que sonrojarían a cualquiera dotado del más elemental sentido del decoro o del respeto. No me he atrevido a hacerle la critica que la ocasión merecía a mi boquiabierta esposa, en aras de mantener el equilibrio conyugal de por sí precario, y he optado por poner tierra por medio y refugiarme en vuestra acomodaticia compañía, buscando una complicidad que no estoy muy seguro de obtener.
—Fernández, cuando te pones finamente critico, me produces cierta estupefacción temerosa, además de dejar a tu señora en un lugar que dudo le corresponda.
—Tómatelo a chacota, pero lo de esos programas, me parece vergonzoso.
—Veamos, si somos capaces, el asunto con un poco de distancia ecuánime. El fenómeno es importante porque a él acuden un número significativo de nuestros conciudadanos. Esos personajes que nutren buena parte de las horas de audiencia de algunas televisiones privadas, se ganan la vida aireando las interioridades de sus vidas, por otra parte llenas de cutrerío y vulgaridad. Digamos que esa es una forma que han descubierto merced al afán de casquería barata que llena las ansias de una parte de nuestra población. Ellos solo se aprovechan. Que ese huracán, a la larga, acabe devorándolos, es otra cosa.
—Según lo dices, parece que disculpes tanta zafiedad. No falta sino que te pongas de parte de esas gentecillas que airean sus tristes vergüenzas y las de quienes los rodean (conyugues, hijos, padres, cuñados, etc.) simplemente porque les pagan y no tienen otro medio de vida, como antiguamente los enanos estaban condenados a ganarse la vida en el espectáculo del Bombero Torero o cosas parecidas.
—Si hombre, ahora remóntate a los gladiadores de la antigua Roma que habían de morir para saciar las bajas pasiones del populacho. No, Fernández, no. Lo que yo te digo es que veo a esos tétricos personajes más como victimas que como protagonistas. A su alrededor se ha montado lo que ellos mismos llaman un “circo mediático” del que vive mucho desaprensivo: desde el que pare (más bien aborta) los guiones, hasta el que lleva los bocadillos y el botijo al plató, pasando por la enorme cantidad de equipo y técnicos que esas cosas mueven. Y todo lo sostiene, en definitiva, el afán morboso del público que mantiene en candelero esos programas. ¿Te imaginas que al inicio de una de sus brillantes temporadas nadie viera el Gran Hermano?  Pues lo quitarían al día siguiente y santas pascuas y alegrías. Habría pasado directamente al olvido, como se merece, sin pena ni gloria. Pero considera, por un momento, la cantidad de gente que habríamos mandado al paro.
—No sé cómo te las apañas, que al final siempre me haces dudar de todo.
—Recuerda, muchacho, que solo de la duda puede salir alguna luz.

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