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martes, 16 de abril de 2013

MOROS Y CRISTIANOS (I). Los reyes peleones


Esta  serie sobre acontecimientos de nuestra Historia de España, está dedicada a mi buen amigo José Luis Muñóz Díaz que, desde tierras catalanas sigue este Blog y, de vez en cuando, me cede alguna de sus valiosas ideas a titulo gracioso.


El ciego sol la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana
Al destierro con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- El Cid cabalga

Dice Machado que salió el Cid de Burgos después de hacerle jurar en Sta. Gadea a Alfonso VI que no había tenido parte en la muerte de su hermano Sancho. No todos los historiadores están de acuerdo que tal juramento tuviera lugar. Al parecer, la primera referencia literaria que hay sobre el dudoso acontecimiento es de 1236. De cómo suceden los hechos a como son recogidos en la posteridad, suele existir un largo camino que los estudiosos se empeñan (con frecuencia vanamente) en recorrer de nuevo.
Sea como fuere, la supuesta jura de Sta. Gadea habría tenido lugar en el año 1072 y el destierro (primero) del Cid, que por entonces era solo Rodericus, no se produciría hasta el año 1081. Algo pasaría en ese periodo de diez años, así es que vayamos al principio:
Fernando I de León, en el año 1066 convocó una Cura Regia, a la que expuso su voluntad de repartir sus reinos entre los hijos igual que cualquier amantísimo padre, llegado el momento, reparte sus enseres más preciados. Al primogénito, Sancho, le concedió el Reino de Castilla, creado para él, y las parias o impuestos sobre el reino taifa de Zaragoza. A Alfonso le correspondió la principal corona, el reino de León, y los derechos sobre la taifa de Toledo. A su hermano menor, García, le adjudicó el reino de Galicia y los derechos sobre las taifas de Sevilla y Badajoz. A su hija Urraca le dio la ciudad de Zamora y a la otra hija, Elvira, la de Toro.
Cualquiera diría que aquel reparto efectuado por la voluntad regia habría de ser aceptado y respetado en todos sus extremos, pero al parecer los muchachos eran más díscolos de lo que su padre había previsto. Cuando Alfonso fue coronado rey en León, como era su derecho, su hermano Sancho no aceptó el nombramiento, considerando que, como primogénito, debía ser el heredero de todo el imperio paterno. Desafió a Alfonso a un juicio de Dios en el que el vencedor se alzaría con todo. Sancho vence, pero Alfonso no se conforma con la derrota y convence a su hermano para que no se hagan daño entre si, poniendo los ojos al unísono en el reino de Galicia. Dicho y hecho. Los aliados se vuelven contra García, al que derrotan en Santarem y se lo mandan, para que lo conserve a buen recaudo, a al-Mutamid de Sevilla, con el que mantenían, en ese momento, buenas relaciones.
El concierto entre los dos ambiciosos dura poco. En 1072 se produce una nueva batalla en Golpejera y Sancho sale vencedor. Alfonso es tonsurado[1] y recluido en el monasterio de Sahagún, pero con la ayuda de su hermana Urraca convence al abad del monasterio de que lo deje escapar y se refugia en la taifa de Toledo de la que es rey su vasallo al-Mamún.
Sancho monta en cólera contra su hermana Urraca y pone cerco a Zamora, su ciudad. En el asedio, encontrará la muerte.
Pero no adelantemos acontecimientos, eso se verá en el próximo número.       



[1] La tonsura, desde tiempos visigodos, llevaba aparejada el ingreso en la vida religiosa y, consecuentemente, la incapacidad para reinar.
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