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martes, 12 de marzo de 2019

MUJERES EN LA TERTULIA


 Al llegar esta mañana al Centro Municipal de la Tercera Edad (conocido familiar y cariñosamente como “Hogar de los viejos”), una sorpresa nos aguardaba. En la mesa que ocupamos habitualmente y que Pepe el camarero nos reserva en acuerdo tácito con los demás parroquianos, el Cacaseno conversaba animadamente con Maruja la del tío Paco “el Tutuvía”. En varias ocasiones habíamos tratado el tema. Dadas las circunstancias actuales y la inevitable y justa irrupción de las mujeres en la vida pública, resultaba anacrónico que esa circunstancia no se viera reflejada en la tertulia. Lo que no sospechábamos era que el Cacaseno se iba a mostrar tan diligente.
—Si hay que hacer algo, cuanto antes mejor.
—Escrito está, Cacaseno: “Lo que hayas de hacer, hazlo pronto”.
—No me saques a Getsemaní, tío Juan, que yo también fui monaguillo.
—Haya paz, señores –debuta Maruja- yo he venido, según me ha dicho el Cacaseno, invitada por todos, para poner una voz femenina en la tertulia…
—Que falta nos hace, tercia Fernández el conciliador. Lo que siento es que no esté Mateo, seguro que le hubiera gustado verte.
— ¡Tiempo habrá! Este es un buen momento, el 8M de este año fue día clave, con mucho éxito de participación a pesar del señor Casado y los del diccionario. Parece que la cosa va animándose, ¿no, muchachos?
Juan de la Cirila arruga el morro. Los cambios, de la clase que sean, le cogen un poco a contramano, y si le nombran a su señorito, más.
—Los que vosotros llamáis conservadores o inmovilistas, siempre hemos tenido claro el papel de la mujer: ahí está la Virgen, las santas y las monjas, al mismo nivel de los hombres.
—No digas tonterías, Juan -el Cacaseno se atraganta con su media tostada- no te lo crees ni tú. Eso es una mentira como una casa ¿acaso las mujeres  pueden decir misa, administrar sacramentos o subirse a un púlpito?
— ¡Hombre, pueden ser nazarenas!
—Eso sí, pero igualdad quiere decir igualdad en todos los aspectos -tercia dulcemente Maruja-, se trata de cambiar el viejo paradigma judeo-cristiano que adjudica papeles diferentes a hombres y a mujeres. Hasta que no eliminemos eso, no habrá igualdad real. Los hombres se arrogarán el derecho de decidir por las mujeres y si se ponen bravas darles una somanta o matarlas.
— ¡Mujer!
—Sí, sí, Juan. Todos los años hay un montón de muertas a manos de sus parejas. Para desdichada muestra, el mismo día 8 y siguientes. Eso es lo que hay que evitar.
— ¿Solución?, dice Fernández.
—No se me ocurre ninguna inmediata, por desgracia. A largo plazo está claro: la educación adecuada e igualitaria, aunque es preocupante la actitud de algunos grupos de jovenes. Igualdad en las fábricas y en los tajos. Igualdad de salario a igual puesto de trabajo, imprescindible. Soy optimista, creo que por ese camino vamos. Por eso debe ser bienvenido cualquier acto encaminado a que todos nos concienciemos: manifestaciones, huelgas, batucadas, cualquier cosa, aunque pueda resultar onerosa en otros aspectos, la cuestión es urgente.
— ¿Y lo de la paridad forzada, los actos exclusivos para mujeres y las listas cremallera? Si fuera a la inversa, ¿Qué diríamos? Creo que hay que respetar lo que la gente vota sin más manipulaciones. Para cambiar las cosas, hay que convencer, no imponer.
—Juan, las cosas están sujetas, inevitablemente, a movimientos pendulares y en el transporte siempre se rompe algún huevo, pero la mayoría llegan a puerto felizmente.
—Leches, Maruja, ya estas aprendiendo de Fernández.
—O Fernández de mí, vaya usted a saber.
— ¡También tienes razón, Tutuvía!



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