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miércoles, 9 de diciembre de 2015

MOLIÈRE Y OTRAS CONSIDERACIONES


Hay en El Siscar un pequeño teatro (unas 300 localidades), en el que un grupo de esforzados actores, nos regala periódicamente con obras de reconocido prestigio. Hace poco asistí a una excelente representación del 'Enfermo imaginario' que me pareció digna de encomio. Tiene mucho merito que un grupo de aficionados dedique su tiempo, y a veces su peculio, a hacer llegar la cultura al pueblo, en esta época desamparada de tantas cosas; de ilustración, entre otras. Los poderes locales, seguramente afanados en obras de mayor rédito electoral, o temerosos de que la cultura afecte a la docilidad de sus gobernados, han dedicado poco esfuerzo a la difusión del conocimiento, más allá de las procesiones cameras, los moros y cristianos, o los desfiles borracheros so capa de tradición huertana ancestral.
Por eso, asistir en el recoleto ambiente de un teatro de pueblo a una obra de Jean–Baptiste Poquelín, más conocido como Molière, llenó mi corazón de renovada esperanza en el género humano. Y recordé que, según cuentan, el mismísimo Moliere, había hecho el papel protagonista durante las últimas representaciones de su comedia. Digo últimas porque, quizás demasiado imbuido en su papel, murió después de la cuarta, en la que sufrió una aparatosa hemoptisis. Así perdimos, con solo cincuenta años, a un genio cuyo objetivo principal era ‘hacer reír a la gente honrada’.
Eso no fue una anécdota, sino una desgracia que nos privó de no se sabe cuántas obras más de su fecundo y critico ingenio. Anécdota es que, en aquella malhadada ocasión, vistiera una túnica de color amarillo, lo que vino a contaminar aquel color de mal fario entre las gentes de teatro. Mal fario que ha perdurado hasta nuestros días.
Deseé al director de la obra 'mucha mierda' y a mi esposa, sorprendida por la expresión, debí explicarle que, lejos de suponer una grosería, el dicho auguraba concurrencia y éxito, recordando a los caballeros que asistían a las obras de los corrales de comedias desde sus monturas. La cantidad de mierda (que sin perdón así se llama), depositada por las caballerías en su paciente espera,  constituía barómetro fiel del éxito obtenido por la representación.

Seguro que lo entendió así Antonio Gil Sanchez, flamante director de la obra y enfermo imaginario por unas horas, al que deseo, lejos de la experiencia amarillenta de Moliere, un número de representaciones infinito con igual éxito.

3 comentarios:

  1. Todo entendible, aplaudido, y justificado, tanto el amarillo como el mucha mierda. Tan sólo un pero: la aparatosa hemoptisis que no entiendo. Un abrazo.

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    1. Moliere arrastraba una tuberculosos desde hacía tiempo. de la cual acabó muriendo. La emoptisis fue el golpe final. Un abrazo, maestro.

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