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martes, 10 de noviembre de 2015

DE VIRGENES Y DEMOCRACIAS

Circula por mi pueblo una petición de firmas para nombrar a la Virgen del Rosario ‘Alcaldesa perpetua’.  Es iniciativa, aunque original y sorprendente, tan digna de consideración como cualquier otra, si bien invita a cierta reflexión que me permito compartir con quien se tome el trabajo de seguir leyendo.
Vivimos en un país aconfesional y según todas las perspectivas razonables, tendente a la laicidad, como nuestros vecinos europeos. Parece un síntoma de salud ciudadana separar los asuntos civiles de los religiosos.
Los ciudadanos disfrutamos la opción de practicar cualquiera de las religiones que el amplio abanico de creencias pone a nuestro alcance, o no practicar ninguna. Por el bien de esas creencias, no parece oportuno mezclar el gobierno de las almas con el funcionamiento de las instituciones civiles. Item más cuando se nos avecinan otras formas religiosas diferentes, y aún antagónicas, con las que habremos de convivir en paz y sosiego. Las normas religiosas afectan y obligan a sus adeptos, no así las civiles que son comunes a todos. Dice un consejo recogido en uno de los Libros Sapienciales: ‘A Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar’. No se me ocurre más sabia recomendación; es sorprendente que los seguidores de esa religión no la apliquen con la rotundidad que merece.
La democracia que intentamos practicar -sin demasiado éxito hasta la presente-, supone el gobierno de la mayoría, pero también el respeto a todas las opiniones expresadas dentro del marco legal, y a la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, como dice nuestra Constitución, hasta ahora en vigor. Esta idea, que en otros países ya es madura y aceptada con naturalidad, en el nuestro no parece tan implantada. Reconocer –y aceptar de buen talante- a los que piensan de forma diferente, no es habitual –todavía. Todos queremos tener razón, la nuestra, y consideramos equivocado al que mantiene una postura diferente. Quizás eso haya producido los radicales desencuentros de que nuestra reciente historia está trufada.
Los que tienen el mandato de dirigirnos, de una u otra tendencia, no son enemigos entre sí, sino individuos que procuran el bien común a través de procedimientos diferentes, y las ideas y opiniones de unos y otros merecen tanto respeto y consideración como las nuestras. Naturalmente, desechando el insulto, la descalificación y, por supuesto, la corrupción que no es sino una enfermedad de la democracia, a la que todos deberíamos hacer frente sin distinción de ideologías ni partidos políticos.  
Tienen, las Vírgenes y los Santos, católicos o de cualquier otra religión, lugares de culto dignos de respeto, donde los fieles puedan acudir según sus normas les recomienden. La injerencia de cualquier creencia religiosa en asuntos civiles no es recomendable. Otras sociedades elevan a leyes civiles los códigos religiosos, Los resultados son de todos conocidos.

Cada mochuelo a su olivo, aquí paz y después gloria. 

2 comentarios:

  1. Comedida y muy juiciosa entrada, sin acritud y certera tal cual corresponde a un hombre equilibrado y sensato.

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  2. Querido Mariano, tan acertado como de costumbre. Un placer leerte maestro, fuerte abrazo.

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