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martes, 13 de octubre de 2015

UNA ESTATUA DESCABEZADA

Era inevitable, la noticia corrió como la pólvora por el pueblo minutos después de producirse el hecho. Llegó enseguida hasta la barraca cabe el Ayuntamiento, donde los objetores procesionarios se regalaban con los excelentes productos que allí elaboran las Amas de Casa. Las redes sociales se incendiaron, los comentarios de todo orden incluso los irrespetuosos y fuera de lugar, las invadieron. La Verdad publicó la noticia en su edición del día siguiente, merced al ojo siempre avizor de nuestro reportero local.
Juan de la Cirila llegó a la tertulia con el periódico recién comprado.
—Todavía estoy erizado. Me pilló justo al laíco del trono, mira, mira, aquí está la foto.
—El video de Tele Santomera, cazó toda la caída a la perfección. Vaya un accidente estúpido.
—Como todos los accidentes, por eso se llaman así, dice el Cacaseno.
—Parece que la sujeción era un poco chapucera. 
—O que a la Virgen le dio un repente…
—No seas irreverente ni le faltes al respeto, Cacaseno, es la patrona del pueblo y hay mucha gente que le tiene devoción.
—No le falto al respeto a nadie, pero creo que hay que poner las cosas en su sitio. En primer lugar, lo que cayó es solo una representación, una estatua, un ídolo con la relevancia que cada uno quiera darle. En segundo lugar, la fe en la religión católica es importante para el que la profesa, con el mismo derecho que tiene el que no la profesa a considerarla una fábula. Nadie puede arrogarse el patrimonio de la verdad, ni siquiera las mayorías, suponiendo que existan.
El doctor Mateo interviene,
—Haya paz. Siempre he dicho que, en materia de fe, debemos ser respetuosos, porque todos tenemos derecho a creer en lo que queramos o no creer en nada. Otra cosa son las manifestaciones públicas. Vivimos en un país aconfesional de mayoría católica según parece y las manifestaciones públicas de esa religión se han mezclado con el folklore, la tradición y la historia, de forma que hemos llegado a un totum revolutum en el que se confunden unas cosas con otras. De ahí que cualquier crítica o comentario desafortunado sobre cuestiones de fe levante ampollas y amenace excomuniones, no sé si más o menos eficaces. Los representantes públicos se encuentran en el dilema de participar o no en unos desfiles que no se sabe en qué medida son religiosos, populares, tradicionales o ciudadanos. Y lo resuelven como mejor pueden en cada caso.
—Todo eso está muy bien, Mateo, pero no hay derecho a que la gente se ría, diga que la virgen se ha tirado del carro o que en este pueblo se cortan cabezas.
—Juan, derecho tiene todo el mundo a decir lo que le parezca oportuno, aunque a algunos le parezcan sandeces. Ya sabes que existe la libertad de expresión. Puede ser cosa de mala educación, quizás bromas estúpidas, pero tampoco pasan de ahí. No hagamos dramas que nada es intocable en cuestión de opiniones y ninguna verdad se hace incontrovertible a base de repetirla entre sahumerios y bendiciones.
—Tú lo que quieres es darle la razón a todo el mundo.

—Puede ser.

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