Acaba este blog de sobrepasar las
100.000 visitas. Esta o cualquier otra reflexión podría hacerse a las noventa
mil y pico o a las cien mil y algo, aunque parece que los números redondos constituyen
referencias de superior rotundidad y a ellas procuramos atenernos. En cualquier
caso, son muchas visitas para un blog de
modesta factura como este en un periodo relativamente corto. Uno, que es
proclive a sacar pecho sin demasiado fundamento, corre el mismo peligro que le
acechaba al mozuelo ayudante de Maese Pedro cuando desplegaba su retablo ante
D. Quijote y el resto de la distinguida concurrencia. El Quijote virtual que
llevo instalado en la oreja, me ha susurrado igual que entonces “Llaneza,
muchacho, no te encumbres que toda afectación es mala”.
Uno de mis cuñados, llegada la
época de Semana Santa, comienza una dura cuarentena durante la que se priva de
alcohol y tabaco. Dice haber heredado tan sabia practica se sus ancestros que
la llevaron a rajatabla a lo largo de su vida, logrando con esta receta prolongarla
hasta edades venerables. Pasado el periodo penitencial, el hombre vuelve a la
carga con renovados bríos.
Sea por las indicaciones de mi donquijote particular o por las siempre
acertadas recomendaciones de mi cuñado, he decidido aplicar parecida terapia a
mi adicción bloguera, interrumpiendo las publicaciones hasta que el sosiego
contemplativo que recomendaban mis maestros budistas vuelva a inundar mi
corazón de saludable modestia.
Así pues, me despido de todos
vosotros (no cometeré la flagrante estupidez de citaros a las que ya estáis
incluidas en el genérico) agradeciéndoos de todo corazón el cobijo que a mis
palabras habéis dado en los vuestros.
Me queda pedir sinceras excusas a
cualquiera que haya podido sentirse herido o molesto por alguno de mis
comentarios que no siempre tienen la elegancia con que mi imaginación los ha
concebido. Sigo fracasando en el empeño de decir lo que debo con la finura que
quisiera.
Un abrazo para todos y cada uno
de vosotros, hasta que la fortuna vuelva a reunirnos.