
Llegado el momento de las votaciones, desde que se abrieron los colegios
electorales, la jerarquía –alertada por los rumores- había permanecido
expectante y representantes de “los medios” galopaban de uno a otro lugar tras
los rumores del inusual acontecimiento. A medida que avanzaba el día, las
noticias corrían cada vez más de prisa y en las sedes de los partidos, los movilizados
se cargaban de nerviosismo: la afluencia a los lugares de votación era nula o
al menos irrelevante: solo algunos –pocos- compromisarios habían acudido a
depositar su voto a la vista de la ausencia de “población normal”. Los
teléfonos echaban fuego animando a la comparecencia, pero no había posibilidad
de atajar aquella resistencia pasiva que parecía bien organizada. A pesar de
las llamadas y los mensajes angustiosos, al cierre de los colegios (hecha de
forma reglamentaria), solo unos pocos votantes en todo el país, habían ejercido
su derecho. No llegaba al 1% del censo.
Los telediarios de la noche competían en editar sus reportajes mostrando
los lugares de votación desiertos a distintas horas del día y se empeñaban en
obtener declaraciones de los líderes políticos que permanecían agazapados en
sus respectivas sedes negándose a cualquier comentario. Muchos de ellos, temiendo
males mayores, aprestaban maletas, recogían bienes y encargaban billetes con vistas
a un inmediato éxodo recordando tiempos pasados; se habían quedado sin su
principal herramienta: los votos del otrora manipulable ciudadano. El político
había perdido su razón de ser.
Pasaron unos días de comentarios y zozobras, pero el país siguió funcionando
con normalidad. El presidente del Gobierno hizo unas sentidas –lacrimógenas-
declaraciones en las que reconocía (solo en parte) la responsabilidad de su
equipo en lo sucedido y anunciaba la formación de un gabinete de crisis para
estudiar el asunto (lo mejor para quitarse un muerto de encima es nombrar un
comité, una comisión o un gabinete). El jefe de la oposición responsabilizaba
al gobierno de todos los males pasados, presentes y futuros, y los cabecillas
de los partidos minoritarios echaban la culpa a los grandes por su
empecinamiento fratricida.
Y entonces, en los pueblos, en los barrios de las ciudades y en las
pedanías, comenzaron a formarse asambleas que escogieron a representantes para
formar directorios sin connotaciones de ningún tipo, ni políticas, ni
religiosas, ni económicas, ni de sexo o cualquier otra condición. El poder,
comenzó a establecerse de abajo arriba, como había pasado muchos años antes,
durante la ocupación napoleónica, solo que ahora la rapidez y universalidad de
los medios de comunicación ponía a las personas de acuerdo en unas pocas horas.
La red y los móviles no se daban tregua.
Los políticos, perdida su función, dimitieron a regañadientes y se
reintegraron a sus labores anteriores (el que las tenía) y el gobierno de la nación
fue asumido por una asamblea de hombres ecuánimes, juramentados para perseverar
en un solo objetivo: la buena gestión de la cosa pública, con exclusión de
cualquier otro. Se mantenía la libertad de asociación, de prensa, etc. pero se
eliminaba cualquier forma de acceder al poder que no fuera la asamblearia
instituida y se prohibía, taxativamente, hacer bandera de creencia o condición
alguna a los representantes elegidos por el pueblo.
Naturalmente, fui escogido como asambleario y cuando estaba dando mi
primer discurso, (por cierto de brillantez extraordinaria), ante los miembros
de la pedanía a que pertenezco, el estridente canto de un gallo “americano” al
que el día menos pensado pienso estirarle el cuello, me sacó del dulce sueño.
Sic transit gloria mundi.
Y los sueños, sueños son.
ResponderEliminar(pero que hermosos)
Has tenido un delirium tremens. Nada más.
ResponderEliminarMariano,me gusta como lo relatas aunque sea un sueño, a más de uno de nuestros politiquillos le hubieran alentado q tú gallo para que se adelantar en "su canto" y así despertar mucho antes no sea que fuera verdad tú sueño.
ResponderEliminarAnda que te has buscado un sueño...(o más bien te ha encontrado). La verdad es que si realmente no fuera nadie a votar sería preocupante, pero quizá no estaría mal del todo que se encontraran con una mayoría de votos en blanco; que se dieran cuenta que hay mucha gente (pienso) a la que no nos gusta NINGUNO.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Un abrazo,
JOker
Ay, si así ocurriera, si prosperara lo que tanto se envía.... ¿Te imaginas? Otra vez democracia directa, desde abajo, y no la indirecta, cuna de pucherazos diversos.
ResponderEliminar¡Ojalá!
Y que el gallo no te fastidie los sueños, ecuánime Mariano, que mira que sería estupendo verte de hombre prudente en las altas esferas de la "auctoritas".
Mariano, creo que es un sueño largamente reiterativo en noches de duermevela. Muchas personas buenas desean con ganas no escuchar palabras que esconden sólo vanidades demagógicas nunca cumplidas.
ResponderEliminarSin embargo, si esta proposición se plantease a la población en general, el atardecer del día de las elecciones podría ser macabro: quienes nombran a España cuarenta veces en una hora no cumplirían el contrato pactado y serían los que se "adueñarían del poder que dan las urnas". Justificarían su deserción porque su disciplina impide cumplir el compromiso de cambiar un sistema caduco. Salvarían a España de su autodestrucción provocada por quienes "no entienden de política".
El ridículo poder de la sinrazón razonada y embutida como una morcilla en su tripa, Mariano, debe continuar.
Es..., el cambio. No sabemos qué "cambio", si el de hace treinta años u otro. Yo creo que debe ser el de "Vota paz, vota justicia, veinticinco años de paz".
Ya te veías en tu sueño presidiendo esa asamblea de hombres ecuánimes. Maldito gallo.
ResponderEliminarEse gallo americano que interrumpió tu discurso, "de brillantez extraordinaria", me ha recordado a ciertos hermanicos que te boicotean cuando estás en uso de la palabra. Malditos hermanicos.
Un abrazo, maestro.
Americano tenía que ser el maldito gallo. Si no te hubiera despertado en tu propio discurso onírico hubieras encontrado las claves para salir de este averno en que hemos caído ¡Porca miseria!
ResponderEliminarUn abrazo