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jueves, 7 de abril de 2011

EL SUEÑO (R. Alberto Arrieta)

Dedicado a mis amigos, componentes del Thornton club, que me ayudaron a encontrar estos versos.

Oscurece, la cuadrilla vuelve del merancho con fatigas de la semana a cuestas. Han cambiado la hoces filosas por la azada. Es tiempo de siega y los cuerpos acumulan riñones rotos, polvillo urticante de la mies y brazos dormidos de fatiga.
Dejaron la monda para lo último. Aunque sea trabajo imprescindible, podía esperar hasta la tarde.
En casa, las mujeres se afanan componiendo la cena para cuando ellos vuelvan. El conejo recién muerto borbotea en la sartén renegrida por el fuego de leña, sobre un lecho de tomate y pimientos de bola. Como todos los días, tras un somero lavado en la zafa de agua templada al sol, los hombres acudirán a reposar la fatiga de años a la sombra crepuscular de la morera cantarina. Luego, con parsimonia gustosa, darán buena cuenta del frito mojando blancas sopas de pan que tallan a navaja cachicuerna, sobre el mantel de cuadros azules en la mesa de alas.
Junto al tronco del árbol, en una silla baja de cordeta, la abuela teje peucos para lo que ha de llegar pronto: un par de color azul por si es niño y otro de color rosa por si es niña.
Tres chiquillos corretean persiguiendo mariposas amarillas. Mordisquean con hambre de salud rebanadas del pan que amasó la madre, mojadas en vino y escarchadas de azúcar, luego se arraciman junto a la abuela, que ha dejado la labor sobre la falda.
Tres cabezas de oro y una
Donde ha nevado la luna
Las manos de venas trasparentes deformadas por el tiempo y los trabajos acarician las cabezas rubias. Las niñas, trenzas con lazos de cinta roja, él pelo corto y liso. Runrunean suavemente a  la caricia de los dedos frágiles.
Otro cuento más, abuela
Que mañana no hay escuela…
Suspira con fingido cansancio y se hace de rogar mientras disfruta el cariño que los niños le regalan, lo más hermoso que le queda desde que murió el hombre dejándole el corazón dormido para siempre.
Pues señor, este era el caso…
Va desgranando las mismas historias, mil veces repetidas, que los ojos azules espían abiertos como platos, advirtiéndole cuando se aparta del guión que conocen de memoria.
-     No abuela, que no eran chinas lo que Garbancito dejaba, eran migas de pan que se comieron los pájaros, ¿ya no te acuerdas?
La abuela, con paciencia ancestral, compone el relato de nuevo.

Las tres cabezas hermanas
Cayeron como manzanas
Maduras en el regazo

Como el sagaz lector habrá advertido, los versos son del poeta argentino Rafáel Alberto Arrieta, a los que me he permitido colocarles un contexto local. 



4 comentarios:

  1. Magnífico relato, me gustó mucho.
    Un abrazo

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  2. Gracias por la dedicatoria.
    Ahora ando yo contándole cuentos a mi nieto. Su preferido es, precisamente, Garbancito. Por cierto, el de las migas de pan era Pulgarcito, creo.

    Un abrazo, maestro.

    P.S. Ayer se te echó de menos, que lo sepas.

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  3. Mucha ternura abriga este texto, Mariano. Además, lo veo, porque es plástico y sus descripciones son detalladas. Veo esa higuera, ese conejo frito con tomate y pimientos de bola, la abuela con expresión soñadora que cuenta cuentos mientras la noche cae y los refresca a todos.
    ¡Precioso! ¡Y tan nuestro, tan de aquí!

    Me encantó la dedicatoria. Como thorntoniana que soy, mil gracias.
    Un abrazo fortísimo.

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  4. Se ve que tienes un buen recuerdo de tu abuela. Qué suerte tienes.
    Besos y más besos.

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