Es un pueblo de la Vega Media del Segura donde suceden las mismas cosas que en los demás pueblos. Fernández el conciliador, el Cacaseno admirador de Lenin; Juan de la Cirila devoto del PP; María “la Tutuvía” activista, y el doctor Mateo de forma ocasional, dialogan en sus desayunos del Hogar del Pensionista. Yo escucho.
El
bar del Hogar del Pensionista ha sucumbido a los recortes de la cosa pública, o
al escaso rendimiento que proporcionan las magras pensiones de los usuarios,
vaya usted a saber. El caso es que nuestros protagonistas se dieron de bruces
contra la puerta acristalada del local esa mañana. Por fortuna, en la cercana
Plaza de la Salud, hay unas cuantas terracillas donde acabaron aposentándose
los contertulios.
—¿Con
qué la llevas esta mañana, Cacaseno?
—Estoy indignado, tío Juan, con el asunto del fiscal, el embustero del pelo
blanco, la impresentable de la fruta y el abogado de manos sucias que se ha
tirado de la moto, gente que da vergüenza.
—Pues
tienen el mismo derecho a expresarse que tú.
—Eso
es lo que me indigna, que se ha perdido el norte, el decoro, la ética,
cualquier indeseable tiene patente de corso para lanzar bulos a los espacios públicos
que pueden acabar con la carrera de un hombre digno, defensor de la ley
mediante un fallo sin sentencia, cosa nunca vista. Por si fuera poco, el cielo harto
de abusos, cae sobre nuestras cabezas y pilla al responsable de paliar los daños
de juerga en El Ventorro.
—No
te calientes que te va a dar un repente. La democracia y los partidos de toda
clase nos han traído esto, ¿a que sí, Fernández?
—No
me irás a salir con la estupidez esa de que ‘con Franco se vivía mejor’.
—Hasta
ahí no llego, pero sí que con un partido de mayorías que legisle en condiciones
y sin alborotos no habríamos llegado a este sin dios.
El
Cacaseno no dio tiempo a que Fernández contestara,
—Un
partido como el tuyo, el de la momia de ‘el que pueda hacer que haga’, manejar
la justicia por detrás, privatizar la educación y la enseñanza para que se
hagan ricos ellos y sus amigos, congelar las pensiones y al que se mueva, el
155.
—Hombre
yo…
—Más
vale que no sigas por ese camino, tío Juan, el mundo precipitándose a la ruina
con el loco del pelo rojo que quiere invadir Venezuela y quedarse con su petróleo,
el judío que quiere acabar con los palestinos porque su dios le ha dado esa
tierra, el ruso que lo quiere todo para él y no duda en matanzas
indiscriminadas. Muertos y desdichas por doquier y nosotros, que vivimos en una
estabilidad envidiable, seguimos con las dos Españas, unos que quieren que los
ricos sean más ricos y los pobres más pobres, y otros luchando por la utopía del
bienestar general sin que los jóvenes les hagan puñetero caso.
—Y
no te digo ná de como tenemos el tema de la mujer, que de eso no habláis
–tercia María que se ha incorporado sigilosamente a la tertulia después de
dejar a sus nietos en el colegio-, se ha pasado el 25N, nos hemos manifestado
como cada año, pero sigue habiendo el mismo número de mujeres muertas a manos
de parejas o exparejas, muchas víctimas de agresiones vicarias, y los
negacionistas a lo suyo, ignorando la evidencia. Y lo que es más triste, tío
Juan, tu partido que podía hacer una oposición razonable y constructiva,
enfangándolo todo y dando pábulo a mentiras y bulos. Perdona que te diga, pero
desde el indecente aquel que nos metió en la guerra de Irak, no habéis tenido
un dirigente con cara y ojos.
—Veo
que hoy no es mi día.
—Es
que el asunto está que arde, Juan, pero es mucho lo que puedes hacer. En vez de
calentar como están haciendo los de tu partido, procura traer a reflexión a los
que tienes más cerca y sobre todo, a quitaros de encima la lapa de VOX, que no
puede más que haceros -y hacernos- daño. Esos sí que no tienen remedio, tienen la misma visión
de futuro que un pavo dentro de un cofre.
—Si
yo pudiera...
—Entre
todos podemos, Juan, tenemos la palabra y el voto.
—Santa
palabra, Fernández.
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