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martes, 15 de noviembre de 2016

EL TÍO DEL ESPEJO

Nunca he creído en fantasmas ni en cosas parecidas. Me molestan las historias tétricas de misterios inventados, buenas solamente para atemorizar a los niños o acobardar espíritus pusilánimes. La realidad es la que es, lo demás son inventos, fantasías de mentes calenturientas. Los fantasmas no existen y no hay más misterios que el de la Trinidad. Eso si es un misterio, y gordo.
Así he pensado siempre, pero desde hace un tiempo a esta parte, me vienen sucediendo ciertos fenómenos que me inducen a cambiar de parecer.
Me explico: nuestra casa es un remanso de paz perfectamente ordenado. El hecho de vivir solos desde que todos nuestros hijos salieron del nido para volver esporádicamente a comer los domingos, o a que les cosiéramos el botón de una camisa de vez en cuando, hace que nos hayamos vuelto ligeramente maniáticos y quizás excesivamente ordenados, lo reconozco. Cada uno de los muchos objetos que nos rodean (la mayoría de ellos prescindibles) ocupa un lugar en el espacio y no cualquier otro. De tal manera que, si por alguna circunstancia alguien lo cambia de sitio, aunque esté situado en la vecindad que ocupó primero, me resulta tan difícil de encontrar como si, por alguna extraña razón, hubiera emigrado a las Aleutianas.
Pues bien, con sospechosa frecuencia, me resulta difícil encontrar las gafas que dejé –seguro- en tal sitio, o las llaves que siempre cuelgo en el mismo clavo, o las zapatillas que inexorablemente deposito en mi lado de la cama.  Un ente misterioso enciende de nuevo el fuego de la cocina que –estoy seguro- había apagado al terminar la tortilla francesa, o acciona el interruptor de la luz del comedor que dejé a oscuras, o levanta la tapa del váter que yo había bajado como siempre; es como si alguien se entretuviera en hacerme barrabasadas infantiles. No tengo más remedio que sospechar de algún genio, fantasma o djin se ha instalado en nuestro hogar y se entretiene en hacernos esas pequeñas travesuras a mi esposa y a mí.
Después de darle muchas vueltas e intentar sorprenderlo por todos los rincones de la casa, he llegado a la conclusión de que se trata de un hombre viejo, medio desdentado y calvo que algunas mañanas se asoma a mi espejo del cuarto de baño, sorpresivamente, sin darme tiempo a colocarme las gafas.


5 comentarios:

  1. Es muy bueno... Yo también le conozco, ese ser del espejo, me visita a menudo, es mi compañía desde hace tiempo, pasa por mi lado y no me saluda.. Ese ente que habita en el espejo... Muy bueno un aaludo

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  2. Es muy bueno... Yo también le conozco, ese ser del espejo, me visita a menudo, es mi compañía desde hace tiempo, pasa por mi lado y no me saluda.. Ese ente que habita en el espejo... Muy bueno un aaludo

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    Respuestas
    1. Ja, ja, seguro que acaba siendo como un segundo yo, es un personaje entrañable!

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  3. Muy bueno, Mariano. Muy bueno. Yo deje de encontrame con el "fantasma" hace tiempo. Me rasuro (es un decir) "al palpo".....
    Un abrazo.

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