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martes, 5 de julio de 2016

CHAPETE

El salón es diáfano, sin ninguna concesión estética. Las ventanas, grandes, permiten otear paisajes de la huerta. Por una se vislumbran extensas plantaciones de limoneros alineados como soldaditos en inmóvil formación. Por la opuesta, un trozo de monte pelado y reseco, inicio de la Sierra de Orihuela. El menú, sencillo, como pide la clientela estragada por los años y la erosión de las pensiones compartidas.
El camarero es breve de estatura. Compensa volumen con una dimensión horizontal generosa. Diríase próximo a lo esférico; recuerda a Chapete, sempiterno enemigo de Pinocho. No se sabe si a causa de su especial humanidad, o precisamente por ella, es de una amabilidad extrema con el transeúnte ocasional.
En la barra, el contrapunto: una muchacha de esbeltez admirable, longilínea. Los rubios cabellos le caen desmayados sobre los hombros, la sonrisa permanente se multiplica atendiendo a la clientela mientras distribuye los platos. Una entrevista cocinera los suministra a través del exiguo ventanuco que la aísla del comedor.
El visitante, estimulado por los primeros tragos de vino con gaseosa, se abandona a la ensoñación: algún día remoto, arqueólogos funerarios encontrarán en el pequeño cementerio del pueblo los restos de estos dos especímenes. Las técnicas del momento permitirán establecer las notables diferencias anatómicas entre ambos. Quizás concluyan que pertenecen a dos razas diferentes, puede que dentro de la misma especie. El dimorfismo sexual es tan marcado que los sesudos trabajos de investigación se multiplican. Varios estudiantes de posgrado, ansiosos de notoriedad, elaboran hipótesis brillantes que plasman en voluminosos estudios. Las tesis doctorales se leen ante tribunales de cátedros reverenciados. Revistas de tirada internacional se hacen eco de ellas y el caso de las extraordinarias diferencias antropomórficas de dos especímenes del pueblo M, alcanza cierta notoriedad…

Al visitante, lo saca de su ensoñación la voz de la chica de rubios cabellos:
—Papá, el belmonte descafeinado a la mesa cuatro.
El dócil chapete se acera a la barra presto a recoger la comanda.



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