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martes, 18 de diciembre de 2012

LA CATEDRAL DE REIMS

La ciudad de Reims es capital del departamento del Marne, la zona vinícola más importante de Francia. Está situada al nor-este del país, por encima de la Borgoña y es famosa por ser la patria de Dom Pierre Perignon, cuyo nombre embotellado ha trascendido hasta nuestros días. El monje benedictino, amante de los buenos caldos, en el poco tiempo de ocio que le dejaban libre sus piadosas prácticas de clausura, descubrió (para su alborozo y el nuestro) que de un vino mediocre, con una segunda fermentación, podía obtenerse un excelente espumoso.
Pero, además de eso, la ciudad es también famosa por su catedral, llamada, como tantas, de Notre Dame (Nuestra Señora) cuya construcción se inició en 1211 sobre unas antiguas termas romanas que el obispo San Nicasio había sacralizado en el siglo V. Tiene la catedral una particularidad no ostentada por ninguna otra del país: en ella han sido coronados  veinticinco reyes de Francia, empezando por el fundador de la dinastía merovingia, Clovis o Clodoveo que inició la tradición de las entronizaciones reales a modo de legitimación imprescindible.
Entre las muchas peculiaridades de la catedral (más famosa por su historia que por su escaso merito arquitectónico, apuntalado por unas hermosas vidrieras de Marc Chagall) figura el hecho de que fuera reconstruida después de la I Guerra Mundial con fondos donados por el magnate judío norteamericano John D. Rockefeller.
Pero volvamos a Clovis: una leyenda que puede rastrearse hasta época medieval, aseguraba que María Magdalena, la supuesta compañera de Jesús de Nazaret, tras la muerte violenta de este, había emigrado a la Provenza francesa donde dio a luz un hijo sobre cuya paternidad se hacían múltiples conjeturas y del que descendería la dinastía merovingia, poseedora de una sangre especialmente real, de la que Clovis I sería el primer soberano reinante. A partir de ese momento, los reyes de Francia buscaron en la iglesia católica y en su máximo representante sobre la tierra, el Papa, la legitimación de su situación ante el pueblo siendo coronados en la catedral de Reims por el pontífice de turno. Clovis, arriano de origen como buen franco-salio, acabó convirtiéndose al cristianismo gracias a los oficios de su esposa Clotilde y a la ayuda divina recibida en la batalla de Tolbiac contra los alamanes (es bien sabido que, en las batallas, los dioses se colocan siempre del lado de los ganadores) y bautizándose en la catedral de Reims el 25 de Diciembre del 426.
Pasados los años, el fundador de la dinastía carolingia, Carlomagno, por exigencias del guión, tuvo que plegarse a que en la navidad del año 800 lo entronizara en Roma el papa León III, que le devolvía el favor de haberlo ayudado a recuperar los estados pontificios de donde lo había botado una conjura de infieles súbditos (hoy por ti, mañana por mí, colega). Así retomaba la línea imperial romana de la que se consideraba heredero.
El hijo de Carlomagno, Ludovico Pío, volvió a la tradición doméstica de la coronación en Reims en el 816, siendo recompensado de forma fehaciente en el momento álgido de la ceremonia por la aparición de una paloma (¿el Espíritu Santo?) que portaba en el pico una ampolla conteniendo un bálsamo milagroso con el que, en adelante, fueron ungidos los reyes que se coronaron en esa catedral. La ampolla se conserva todavía en la ciudad, custodiada con devoto esmero en un convento de discretas monjitas de clausura.
Tiempo después, Carlos VII, el Valois “bien servido”, fue el artífice de la reunificación de Francia después de la Guerra de los 30 años que mantuvo enfrentadas a las gentes de una y otra parte del canal de La Mancha, hasta que Juana de Arco, también por inspiración divina, terció en la contienda inclinando la balanza hacia el lado de los buenos cristianos franceses, que bien se lo merecían. Carlos fue coronado el 17 de julio de 1429, arropado por la santa de Orleans, cuya estatua preside en la actualidad la plaza a la que se asoman los tres hermosos arcos de la catedral de Reims. Sin embargo, de poco habrían de servirle a la combativa pucelle los importantes servicios prestados a la patria: entregada a los ingleses, fue condenada por bruja y achicharrada en una hoguera de sarmientos, lo que le valió, como compensación, su ascenso a los altares, donde permanece desde entonces.
¡Cosas de la Historia!                 



                           

4 comentarios:

  1. Empezar en el champán, pasar por rocíos y unciones, y brindar en la hoguera, están hoy al alcance de cualquier español. Ya lo verás.
    ¡Felices fiestas!
    Muchos besos.

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    1. No sé si este año voy a descender hasta El Gaitero, en vista de como está el panorama, eso o elaldo Garrampón a dosis médias. Por si sí o por si no, felices fiestas y que dios reparta suerte. Un abrazo.

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  2. Mariano, estás hecho todo un Historiador, con mayúscula. El champagne sabes que me gusta tanto como al buen fraile que, equivocado o no en el proceso de fermentación, alquimista o químico, inventó el caldo con el que hubiera podido arreglar su convento con millones si hubiese vivido en esta época, así sólo ha recogido la fama. Además, siempre me ha gustado mucho más Pipino, El Breve, hijo de Carlos Martel, el que le sopló una paliza a los árabes en Poitiers, porque fue mucho más importante en nombramientos y títulos que su hijo Carlomagno, Se repite lo del champagne: Pipino, el mejor, su hijo Carlomagno, el famoso.
    Brindo por ti, Mariano y, cuando te des una vuelta por Reims, mirando la portada de la catedral y su Ángel risueño, a la izquierda, compra el excelente champagne de la tienda de la esquina.

    Un gran abrazo, Mariano.

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    1. Me compré un par de botellas la ultima vez que anduve por alli, pero ya ni recuerdo como sabían. Tengo que volver un día de estos, cuando salgamos de la crisis y me revaloricen la pensión. Feliz navidad y un abrazo.

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